Una historia sobre pérdida, cuerpo y renacimiento

Una historia sobre pérdida, cuerpo y renacimiento

Tres años después de un duelo que nadie me explicó
Por: Meliza Rosado


Hace tres años mi cuerpo cambió para siempre.
No lo decidí, no lo planifiqué, y nadie me preparó para lo que venía. Una día desperté del quirófano y, aunque el dolor físico estaba controlado, dentro de mí se abrió un silencio que retumbaba.

Nadie habla del duelo que sigue cuando te sacan el sistema reproductor sin haber tenido hijos. Nadie te explica que, además del útero, también se van los futuros posibles, la maternidad que quizás sí, quizás no, pero estaba allí como un espacio sagrado.
Tampoco te dicen que esa pérdida se siente como despedirse de todos los bebés que nunca llegaron, una ausencia que la sociedad ni reconoce ni valida.

Por mucho tiempo viví en un trance extraño, como si mi alma caminara unos pasos detrás de mí. Era una pérdida invisible, sin flores, sin ritual, sin despedida… un luto interno que pocos entendían.

Y aunque Maliku ya existía, ese vacío —ese silencio profundo— marcó el momento en que todo se transformó.
Maliku no nació entonces; se reorganizó desde mis ruinas.
Diseño, fotografía y bienestar se entrelazaron para ayudarme a reconstruir mi identidad y expresar quién era esta nueva versión de mí.


El duelo invisible

 

La gente pensaba que debía sentir alivio porque “ya no habría dolor”.
Pero no entendían que también se había ido algo más profundo.

No lloraba solo por la cirugía.
Lloraba por los hijos que nunca tendría.
Por los ciclos que ya no llegarían.
Por la desconexión con mi propio cuerpo.

Era un duelo sin ritual.
Nadie me enseñó cómo sanar una pérdida que no se ve, cómo volver a habitar un cuerpo que ya no se siente propio, cómo aceptar lo irreversible cuando el corazón sigue buscando lo perdido.

A veces me miraba al espejo y no reconocía a la mujer frente a mí.
Por fuera parecía fuerte… pero por dentro solo quería volver a sentirme viva.


El camino de vuelta al cuerpo

La cirugía fue solo el comienzo.
Lo verdaderamente difícil llegó después.

Los meses en los que trabajar era un reto, no solo por el dolor físico, sino por la niebla emocional que lo cubría todo.
Las horas interminables escuchando audiolibros, conferencias o videos de autoayuda buscando una palabra que acomodara lo que sentía.
Las noches donde respirar profundo era mi única meta.

Sanar se volvió mi ocupación principal.
Mi cuerpo y mi mente estaban tratando de reacomodarse, y yo apenas podía seguirles el ritmo.

Hoy estoy mejor, más presente, más consciente.
Pero también sé que la sanación no es una línea recta.
Aún queda camino.
Y está bien.


Relaciones, amistades y una identidad en pausa

No solo mi salud se transformó.
Mi vida social también se fracturó.

Las amistades no siempre sabían qué decir o cómo acompañar.
Estar en pareja se volvió difícil, no por falta de amor, sino porque yo misma no entendía cómo habitar un cuerpo y alma recién cambiado.

Quise sanarme antes de volver a socializar, pero entendí que la vida no se detiene mientras tú te reconstruyes. Había que seguir estando entre la gente, aun cuando me sentía fuera de mí misma. Esa también es parte del duelo: perder versiones tuyas, perder dinámicas, perder ilusiones…y aprender a renacer desde otra mujer.


Cuando ayudarme se volvió parte del proceso

Siempre he tenido la capacidad de estar para otros.
Pero en esta etapa, algo cambió dentro de mí:

acompañar, escuchar y compartir desde la sinceridad de mi proceso me ayudó a comprenderme de maneras nuevas.

No fue que mi historia sanara a otras personas, sino que al conectar con mis emociones, mi sensibilidad se expandió.
Mi empatía se hizo más profunda.
Mi corazón aprendió a reconocer el dolor invisible en los demás, porque yo misma estaba navegando el mío.

Ese entendimiento se volvió parte de mi propia reconstrucción.


Tres años después

Hoy, tres años después, sigo transformándome.
Sigo aprendiendo a habitar este cuerpo nuevo.
Sigo conectando con una versión de mí que jamás imaginé.

No es que todo esté resuelto.
Es que ahora camino despierta, consciente y con una intención distinta.

Este aniversario no es de la operación.
Es del día en que renací.
Del día en que volví a mí.

Algún día escribiré sobre esa experiencia sobrenatural —esa luz, ese pasillo entre la vida y la muerte que vi en la madrugada— pero ese será otro blog.



Carta para las mujeres que viven este duelo silencioso

Querida:

Si has pasado por una cirugía, una pérdida, un diagnóstico o un cambio que te arrebató algo que amabas… quiero que sepas esto:

No estás sola.

Tu duelo es válido.
Tu proceso es sagrado.
Tu dolor merece espacio y pausa.

No importa si tu pérdida fue visible o invisible.
Si te despediste con lágrimas o si ni siquiera supiste cómo llorarla.
Si la gente te dijo “sé fuerte” cuando tú solo querías sentir.

Sanar un cuerpo también es sanar un alma.
Y tú tienes derecho a tomarte todo el tiempo que necesites.

Permítete sentir.
Permítete descansar.
Permítete renacer, sin prisa.

Yo sigo reconstruyéndome también.
Y desde ese lugar, te abrazo con el corazón abierto.

—Meliza Rosado

Back to blog